María Dolores Pradera, la fantasía española
29 May 2018 - 9:00 PM
María Dolores Pradera fue otro de los lazos artísticos entre España y América Latina. Con ella, las conexiones se hicieron más sólidas y el intercambio fluyó tanto como lo hizo su carrera impregnada de momentos cumbres y éxitos. Lo que diferencia a Pradera de otros puertos conectores es que el lazo gestado por la diva lo construyó un tiempo antes de pensar que se dedicaría a pisar las plazas más importantes de América y Europa.
Su infancia transcurrió entre España, en dónde nació en 1924, y Chile, país que le proporcionó los elementos más relevantes del folclor latinoamericano, pero también le otorgó la facilidad para conocer de primera mano una realidad social que nutrió, de igual manera, fenómenos musicales, económicos, sociales y políticos. De ahí que María Dolores Pradera se movilizara con tanta convicción por las sonoridades principales de la canción española, así como por los aires tradicionales del folclor del Cono Sur.
Los aportes genéricos de la denominada canción iberoamericana lo que hicieron fue complementar el talento de la artista española. Desde niña había exhibido sus facilidades para contar historias a través de su despliegue gestual. Tal vez esa fue la primera condición para entender que su futuro se basaría en la interpretación de otras vidas utilizando su propio cuerpo.
Conocía a la perfección el camino para llegar a mostrar un rostro dramático, sabía de qué manera se podía expresar la felicidad con un gesto y tenía muy clara la manera en la que los seres humanos manifestaban la rabia. Esa radiografía gestual le fue útil para que las puertas del teatro se le abrieran con complicidad. María Dolores Pradera llegó al arte escénico para quedarse y lo que pasó más adelante fue que complementó la experiencia en las tablas con el cine y la canción.
Pradera contaba historias en la gran pantalla, pero también hacía lo propio en el ámbito teatral. A esa mezcla explosiva entre talento interpretativo y gestualidad faltaba sumarle la voz, una suerte de susurro cuando la intención era evocar nostalgia, o una catarata imponente cuando se trataba de recurrir a un tono firme, sin dudas ni quebrantos.
Desde la ya lejana década del 40, María Dolores Pradera se dedicó a consolidar su nombre que, a pesar de los esfuerzos, fue reemplazado por el de La Gran Señora de la Canción. Lo que le tocó hacer a la artista española después fue corroborar que la expresión le quedaba a la medida y que, tal vez, era poco para mostrar todo lo que ella había hecho por la música y la actuación.
Con su voz, a veces melodiosa y otras contundente, inmortalizó historias de su continente, aunque también se esmeró por mostrar a América Latina a través de su capacidad interpretativa. Obras de la chilena Violeta Parra, del cubano Miguel Matamoros, del uruguayo Alfredo Zitarrosa, del argentino Atahualpa Yupanqui, pero sobre todo creaciones del mexicano José Alfredo Jiménez y de la peruana Chabuca Granda, se pasearon por la garganta de esta española, acogida y valorada por Latinoamérica.
María Dolores Pradera murió este lunes 28 de mayo en Madrid, España, a los 93 años. Su legado, sonoro y expresivo, da cuenta de un talento que pasará a la historia y que ratificará, cada vez que se escuchen sus canciones o se vean sus películas, que lo de La Gran Señora de la Canción o lo de la Fantasía española jamás le quedó grande.
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