Recuerdo cuando estaba a punto de salir del colegio y le preguntaban a uno qué profesión quería tener cuando grande. Si la respuesta era profesor, entonces la cara de decepción se pintaba en el rostro de la persona que preguntaba de inmediato. Hoy en día prevalece este prejuicio en la sociedad.
En ocasiones (no siempre por fortuna), cuando me presento como profesor de sostenibilidad y economía verde, en lugar de ser un imán de interés para iniciar una conversación, parece más bien que fuese un repelente de nuevas conversaciones.
Ser profesor en Colombia no parece ser un buen negocio, sino más bien una actividad de descarte para aquellos que no consiguen un trabajo soñado: Un pensamiento que está ahí circundando.
Si bien el conocimiento debería ser un bien de uso libre y no mercantilizado, la realidad es que alguien tiene que generarlo y difundirlo (investigadores y profesores) y por ello su trabajo, de vital importancia para la sociedad, debería ser reconocido de una mejor manera en términos económicos.
Los profesores en Colombia ganan poco, ya sea en el ámbito del colegio o en el universitario. El honorario promedio de una hora de clase en una universidad puede oscilar entre los $40.000 y los $180.000. No obstante, no es una función que se realice en una jornada completa, sino esporádica.
Trabajar de planta en la universidad puede generar mayor estabilidad, pero no necesariamente su remuneración es comparable con la de otras profesiones. Entonces, en medio de todo este contexto, ¿qué se puede hacer para mejorar la situación y el estatus de los docentes?
La educación en los tiempos de la practicidad, la experiencia y la inmediatez
Hoy en día se cuestiona el futuro de la educación tal y como la conocemos. Se hipotetiza sobre la desaparición de los docentes debido a que los niños y jóvenes logran aprender de manera diferente gracias a las nuevas dinámicas de interacción entre las personas y las nuevas tecnologías.
Se dogmatiza a los geeks y a los nerds que desde sus garajes construyen fortunas y se vende este estereotipo como algo que le aplica a todos, cuando más bien resultan ser contadas las excepciones que como éstas surgen en nuestra sociedad.
El error en cómo se transmiten estos modelos en donde la formación tradicional pierde legitimidad conlleva a que se generen nuevos paradigmas que a su vez, le restan valor a las actividades docentes.
Si bien es innegable que existe y es evidente un cambio en los modelos de docencia, estos no han madurado por completo y aún son necesarios los profesores en sistemas sociales como los nuestros (el caso colombiano). En otras palabras, el ser docente es una actividad que no ha muerto aún y hasta que esto no pase -si es que pasa- hay que valorarla mejor.
“Te sirve para darte a conocer”
Da risa o más bien tristeza, seguir escuchando cosas como: "Hay una tarifa diferente para el conferencista internacional” o “este evento te ayudará para darte a conocer".
Este es el reflejo de un pensamiento arcaico que todavía caracteriza nuestra sociedad en donde la generación del conocimiento local es algo que está muy poco valorado.
Que esto suceda, es un llamado a gritos para reivindicar la educación como instrumento de construcción social, y sobre todo, a aquella educación que se genera y se difunde de manera local.
Aplaudo a los expertos que llegan con miradas desde afuera a proponer el santo grial de la solución, pero me reviento las manos en aplausos por aquellos que logran comprender y proponer las microsoluciones locales debido al conocimiento que tienen sobre su contexto.
Este artículo que más bien pareciera un muro de los lamentos, responde a las conversaciones que sostengo con decenas de colegas (profesores) que me han escrito en los últimos meses y que exponen su interés por continuar realizando la loable labor de educar, pero que buscan y quieren seguir haciéndolo con mejores condiciones.
Esto es y debe ser así porque como bien lo he leído por ahí: “ser profesor no es un hobby, es una profesión en donde quien la ejerce también tiene deudas y sueños materiales por cumplir”.
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