Eric Kandel, premio Nobel en 2000
Por qué pasó lo que pasó
El hombre que descubrió cómo funciona la memoria habla del nazismo, el pasado y el futuro.
Eric Kandel con uno de sus típicos corbatines. Cuando recibió el Nobel escribió un libro titulado ‘En busca de la memoria’. / EFE
Todo lo que sabemos sobre nuestra memoria habita el fondo de un mar tibio y superficial. Más aún: todo lo que sabemos sobre nuestra memoria serpentea en forma de bicho baboso por las costas de California. Podría decepcionar, pero el olvido no es niebla ni ausencia sino una fallida conexión sináptica entre las neuronas de un caracol milenario llamado aplysia, o al menos eso dice Eric Kandel, Premio Nobel de Medicina en el año 2000.
Kandel cumplirá 84 años este 7 de noviembre en su oficina con vista panorámica al río Hudson, en Nueva York, donde dirige el Departamento de Investigaciones Neurocientíficas de la Universidad de Columbia. Llega a las 9 de la mañana, se va a las 6 de la tarde.
“No es tan heroico como parece, simplemente no aprendí a hacer otra cosa en mi vida que no fuera investigación científica”.
Eso y la magnitud de los proyectos que encabeza. “Estamos tratando de entender cómo la memoria se mantiene durante toda la vida —hace un breve silencio y completa con socarronería—. Una meta modesta”.
Fue en el otoño de 1962 cuando esquivó la mirada desdeñosa de sus colegas y, en lugar de seguir la moda de estudiar animales vertebrados, eligió el sistema neurológico de la aplysia californiana para comenzar a desentrañar una pregunta que todavía se hace: ¿por qué pasó lo que pasó? Kandel nació en 1929 en Viena, la ciudad de Sigmund Freud, de Robert Musil, de Gustav Mahler, de Gustav Klimt, pero también la ciudad de la Noche de los Cristales Rotos, que en noviembre de 1938 inauguró el odio de Adolf Hitler hacia la comunidad judía. Kandel es judío y cuando su padre olió la baba del nazismo aquel día, decidió cerrar su fábrica de juguetes y enviar a Estados Unidos a sus dos hijos, Eric y Lewis. Meses después, él y su esposa los seguirían.
“El gran mensaje del Holocausto es ‘nunca olvidar’, ¿verdad? Pero a mí lo que me interesa es por qué una sociedad tan culta y tan tolerante apoyó semejante barbarie”.
¿Por qué pasó lo que pasó? La gran pregunta del siglo XX.
“Esta es la gente que viajaba conmigo en aquel barco”.
Señala el registro migratorio que conserva enmarcado en la pared más ancha de su oficina. Se lee Ellis Island, se lee Nueva York, se lee Eric Kandel, estudiante. Por ahí llegó. Cuando el gobierno austríaco se congratuló por tener un compatriota galardonado con el Nobel, Kandel lo corrigió. “No, este premio es para un ciudadano estadounidense”.
¿Cree que aún tiene cosas por perdonar?
Sin duda, pero no lo pienso tanto en términos de perdón sino de estar en paz con lo ocurrido. No creo que pueda perdonarlos, aunque me ayuda ver que Austria ha mejorado su aproximación al pasado. Fue terrible lo que hicieron; se lo llevaron todo.
Y escribir le ha ayudado.
Sí. La vida es un círculo, y escribir ayuda a reconstruir nuestra propia narrativa.
Kandel sabe de lo que habla. El trauma austríaco lo motivó a graduarse de historiador en la Universidad de Harvard, con énfasis en literatura europea de los siglos XIX y XX. Buscaba el pasado que le habían robado, pero se dio cuenta de que los archivos y la escritura no eran suficientes. Conoció a Anna Kris, una judía austríaca cuyos padres eran psicoanalistas y discípulos de Freud, así que en el rito elegante de impresionar a los suegros se dejó llevar por el consejo de sumarse a la escuela freudiana.
“Para convertirme en psicoanalista lo mejor era estudiar medicina, luego psiquiatría y luego, ya, ser terapeuta calificado, así que tomé un curso de verano en química para reunir los requerimientos necesarios y me aceptaron en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York en 1952”.
Quién sabe si la ruptura amorosa —no lo dice— o el avance en sus estudios lo llevaron a cuestionarse la escasa vinculación del psicoanálisis con la biología. Como su búsqueda —la gran búsqueda— era la memoria, supo que antes de cualquier terapia había que entender al cuerpo y, puestos a elegir un órgano, las respuestas debían estar en el cerebro. Kandel cambió la psiquiatría por la neurociencia y así hasta el otoño de 1962.
¿Cómo se almacena algo en la memoria?, se preguntó, y en lugar de suscribir el supuesto de que el cerebro humano es demasiado complejo como para extraer información significativa de experimentos con animales más simples, Kandel utilizó el método más antiguo del pensamiento científico: ensayo y error. Cien mil millones de neuronas interactúan en cada una de nuestras cabezas; el cerebro de la aplysia sólo tiene veinte mil, la mayoría muy grandes e invariables en el tiempo. Ni primates ni ratones: desde el 62 decidió que en ese caracol estaba la posibilidad de entender el aprendizaje, el proceso en el que la memoria de corto plazo se convierte en memoria de largo plazo.
“Es fácil aislar una neurona en la aplysia y aplicarle distintos estímulos externos para determinar qué respuestas se generan. Tras años de investigación, llegamos a la conclusión de que las memorias de corto plazo son fisiológicas, por lo que ocurren cuando se fortalecen las conexiones sinápticas existentes entre las neuronas. En cambio, las memorias de largo plazo son estructurales, es decir, se crean cuando crecen nuevas conexiones sinápticas entre las neuronas”.
Dicho en otras palabras, la anatomía del cerebro cambia a medida que almacenamos memorias duraderas, como el mapa de una ciudad prodigiosa que no deja de levantar nuevas autopistas, carreteras, callejones, atajos. Dicho en otras palabras, si dentro de unos meses usted recuerda esto que acaba de leer es porque entre sus neuronas nació una conexión indeleble. Nuestro cerebro es otro cerebro cada vez que incorporamos nuevos conocimientos.
Descubrimientos así valen un Nobel. El suyo llegó en el año 2000.
“Cuando ganas el Nobel te piden dos textos: un discurso que das a los asistentes y una biografía. Algunos simplemente envían su currículo, pero un amigo me dijo que me lo tomara más en serio y que hiciera una narración, así que por primera vez en mi vida me senté a escribir lo que significó la pérdida de Viena y fue una experiencia tan intensa que terminé publicando mi primer libro”.
Se llama En busca de la memoria, lo publica Katz Editores y con algo de paciencia y suerte se puede conseguir en librerías colombianas. Mitad autobiografía, mitad recuento científico del largo camino hasta el Nobel, se trata de un texto brillante para reconocer cómo el dolor por la pérdida del pasado puede convertirse en motivación y no en lamento. “Escribir robustece mi pensamiento y a menudo es lo que me permite afilar mis ideas”.
Kandel está contrariado. Hace pocos meses un miembro de su equipo de investigación le dijo que quiere retirarse de la academia porque ya cumplió 61 años y cree que llegó la hora de divertirse.
“No lo entendí. Pensaba que esta siempre había sido nuestra diversión”.
Entonces se ríe como una oca frenética echando su torso hacia atrás en pequeñas sacudidas sucesivas que le tuercen el corbatín. Kandel siempre usa corbatín. Llamativo, a ser posible. Su cabellera blanca y aún larga en la nuca le da un aire de científico loco apenas domesticado por la universidad, por eso en contraposición a la llamada “ciencia diurna” —la de la evidencia empírica, la de los datos— resalta el valor de la “ciencia nocturna”.
“Creo que es la base de la creatividad, que tu mente se relaje, se enajene de las estructuras y te permita especular”.
¿Y cómo hace para lidiar con la incertidumbre?
Cuando comienzas a unir conocimientos tienes dudas de si finalmente todo encajará. Hoy en día lidio bien con eso porque mi juicio es mejor y porque tengo más confianza en mí. Con la edad ciertas cosas cambian, pero un número sorprendente de aptitudes mejoran a nivel intelectual. Incluso ciertos aspectos de la creatividad sufren cambios positivos porque la confianza te permite regresar a un estado casi infantil.
¿No sufre pérdidas de memoria?
Por supuesto, mi memoria no es tan buena como solía ser, sobre todo con los nombres. Sé lo que ayuda a mejorar las conexiones en el cerebro y trato de hacer esos ejercicios cuando no me gana la pereza. Actualmente lo mejor que se puede hacer es permanecer sano físicamente, porque en este momento no hay ninguna droga que realmente ayude.
¿Cuán lejano es un futuro en el que sea posible borrar recuerdos concretos?
Creo que sí puede pasar, entonces el reto será ético porque apoyo firmemente el mejoramiento de la memoria, pero estoy en contra de borrar recuerdos. Quizá pueda ayudar a personas con síndrome de estrés postraumático, nada más, pues el caso es que somos las personas que somos gracias a nuestros recuerdos, incluyendo los dolorosos. Yo no sería quien soy si no hubiera existido la Viena de 1938.
¿Hay evidencia de que las malas experiencias sean más definitorias que las buenas?
No, pero son importantes. La naturaleza del recuerdo está relacionada con las personas y, como la memoria es fácil de distorsionar, no todos los recuerdos son confiables. Lo que me sorprende, precisamente por eso, es la cantidad de memorias precisas que generamos y, aunque para entender eso aún debamos esperar unos sesenta o cien años, me interesa mucho lo que hace verídicos nuestros recuerdos.
Kandel habla del Nobel como quien ya de adulto recuerda una buena calificación en el colegio. Es el arte lo que más lo entusiasma, la posibilidad de que en nuestras reacciones ante un cuadro podamos entender más sobre el inconsciente. Una vuelta al psicoanálisis. En su libro más reciente, The Age of Insight, se vale de la obra de pintores como Gustav Klimt para explicar ideas latentes como la sexualidad y el miedo a la muerte.
¿Son tantos los secretos que guarda un caracol?
Leonardo Da Vinci se benefició mucho al diseccionar el cuerpo humano porque entendió cómo se constituía nuestro organismo. Lo que escribí es apenas una aproximación a lo que pasa en nuestro cerebro ante el hecho creativo, y creo que en el futuro los artistas sabrán aprovechar la neurociencia.
Pero hay peligros en ese conocimiento, no en vano Hitler advirtió en su momento la importancia del código cifrado de la genética.
Hitler valoraba la ciencia, no hay duda, porque a nivel colectivo los políticos carismáticos son capaces de percibir las aspiraciones inconscientes de la gente y aprovecharse de ello. El liderazgo está bien estudiado por varios colegas: la gente se quiere sentir segura y escuchada; si eres pobre, quieres recursos y si eres rico, quieres proteger tus recursos. Los líderes responden a esas necesidad primitivas, pero por encima de los peligros valoro la posibilidad de tener mejores vidas a medida que entendamos mejor nuestro cerebro.
Kandel dice “Hitler” y en algún lugar de la costa californiana una aplysia se retuerce hasta desaparecer. No bastan veinte mil neuronas para responder la pregunta.
Kandel dice “Hitler” y en algún lugar de la costa californiana una aplysia se retuerce hasta desaparecer. No bastan veinte mil neuronas para responder la pregunta.
¿Por qué pasó lo que pasó?
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